La prensa y el primer bienio de la II República
La dimisión de Primo de Rivera, el exilio del rey Alfonso XIII y la instauración de la II República abre un nuevo ciclo en la historia de España y en el periodismo que termina con la caída de Azaña. ¡Repasamos esta agitada etapa!
Irene Gómez Díaz
Madrid, noviembre de 1933
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Manuel Azaña durante una intervención pública
La dimisión de Primo de Rivera el 30 de enero de 1930, el crecimiento del apoyo a los republicanos y la modernización de España con la influencia internacional abre un nuevo periodo en la historia de la comunicación. El cine, tanto soviético como de Hollywood, los nuevos medios de transporte, el avión, el automóvil y el metro, y la radio crecen en nuestro país y cambian a la sociedad.
El 7 de octubre de 1930, Unión Radio iniciaba la transmisión del primer informativo radiofónico diario: La Palabra, que duró una hora. A finales de 1930, había cerca de 50.000 oyentes que pagaban lo correspondiente, además de la audiencia que no declaraba sus radios. El crecimiento de este medio, más inmediato que los periódicos, creció de manera exponencial a lo largo de los años. Por otro lado, el teléfono había crecido enormemente en la última década: de 66.000 líneas en 1924 se había pasado a más de 200.000 en 1931y los trenes se habían agilizado entre las dos ciudades más grandes: el trayecto entre Madrid y Barcelona no superaba las doce horas. El crecimiento de los periódicos no se entiende sin este factor transportes porque la conexión entre ambos hizo que los periódicos madrileños llegaran a un público más amplio y diverso.
La importancia e impacto de la prensa era tal que en este contexto se publica "El error Berenguer" en el periódico El Sol, considerado el artículo más influyente en la historia del periodismo español. Ortega y Gasset condenaba el régimen de Primo de Rivera y llamaba a la instauración de la Republica con el apoyo de los obreros y de los intelectuales. El artículo provocó una división de opiniones en el seno del periódico ya que algunos dirigentes no querían adoptar la línea editorial más republicana. Finalmente, Urgoiti vende sus acciones y El Sol anuncia la dimisión de sus más célebres colaboradores: Ortega, Azaña, Ramón Gómez de la Serna, Fernando de los Ríos... Se unieron bajo otro periódico, Crisol, que seguía de manera fiel sus principios. Dejó de publicarse en diciembre de 1931.
Entre tanto, Azorín publicaba en El Sol de 4 de junio de 1931 su histórico artículo “La República es de los intelectuales”. La derecha monárquica y católica asignaba a la prensa y a los intelectuales la inestabilidad política. Y no estaban equivocados. La voz de los intelectuales y participantes en la vida política, se hizo eco a través de la prensa. Escritores, periodistas y profesores universitarios como Azaña, Ortega, Marañón, Unamuno, Pérez de Ayala, el doctor Juan Negrín, Fernando de los Ríos… figuraron en el Gobierno, en las Cortes o en otros cargos de alta responsabilidad del nuevo régimen.
La nueva Constitución, aprobada por las Cortes en diciembre de 1931, daba a la prensa las condiciones necesarias para poder desarrollarse sin limitaciones: supresión de la censura previa, competencia exclusiva de los tribunales ordinarios y prohibición expresa de la suspensión de libros y periódicos salvo mandamiento judicial o sentencia firme. Sin embargo, la libertad no era total. En mayo de 1931 se suspenden los periódicos ABC, El Debate y Mundo Obrero (seminario comunista) por incidentes relacionados con la quema de conventos y enfrentamientos entre manifestantes republicanos y elementos monárquicos enfrente de la sede de ABC en la calle Serrano. La libertad de expresión y el mantenimiento del orden público van a estar en continua disyuntiva durante este periodo.
El nacionalismo, sobre todo vasco y catalán, siguió creciendo y con ello la censura y suspensión de una veintena de periódicos de todo el territorio nacional que seguían esta tendencia.
Después de que Azaña fuera nombrado jefe de Gobierno, en octubre de 1931, el debate entre libertad y orden público hizo que se presentara una llamada ley de Defensa de la República. En ella se establecía que el poder ejecutivo tenía potestad para suspender publicaciones o multar a los redactores y directores que atentaran contra el dicho orden. La principal motivación de Azaña era la de proteger el régimen. En esta ley se consideraban delitos la resistencia a la autoridad, los actos o expresiones que despreciaban a las instituciones estatales o la apología al régimen monárquico o a las personas que lo representaban. Los principios democráticos se tambaleaban con esta decisión. Contra sus propios principios, la prensa derechista creó una Liga de la Libertad de Prensa.
La censura y las multas no tardaron en llegar y se sancionaron a más de un centenar de publicaciones no afines a la República, principalmente monárquicos, católicos, nacionalistas vascos, anarquistas y comunistas. Todo se endureció con el fallido golpe de estado monárquico del 10 de agosto de 1932 y más de un centenar de diarios fueron suspendidos por ser afines al mismo: ABC volvió a publicar a finales de 1932 y el seminario satírico Gracia y Justicia, dirigido por el ultraderechista Delgado Barreto, se convirtió en una de las publicaciones más críticas e incansables contra Azaña. Esta ley sería finalmente derogada el 29 de agosto de 1933 y fue sustituida por la ley de orden público con la suavidad de las medidas represivas. Estuvo vigente con el gobierno de centro-derecha vencedor de las elecciones de noviembre de 1933, que la utilizó contra la prensa de izquierdas.
A pesar de las leyes restrictivas, la República creía en una prensa libre que les hiciera reunir apoyos. El Ministro de Comunicaciones trató de regular legalmente la radio, Correos y Telégrafos. Los gobernantes se mostraron preocupados por la inmediatez de la radio y de ahí que Unión Radio obtuviera un no como respuesta a su petición de retransmitir las sesiones de las Cortes Constituyentes. Sin embargo, muchos dirigentes republicanos como Azaña, Alcalá Zamora o Marciá y Lluís Companys en Cataluña se sentaron ante los micrófonos. La división de opiniones sobre la prensa y su papel en la II República provocó que algunos de los mensajes que se lanzaran fueran contradictorios.
En este periodo cabe destacar la creación de la Confederación Española de Derechas Autónomas o CEDA a principios de 1933. Este partido surge de un movimiento periodístico creado por diarios como el Diario de Valencia, El Debate y Editorial Católica. El apoyo de la prensa los liberal y progresista a los partidos de centro-izquierda fue escaso y trajo problemas a los líderes republicanos para sostener su prestigio. El Sol mantuvo una línea editorial confusa y su popularidad decreció y Crisol arrastraba fuertes problemas de financiación y de participación: Ortega dejó de participar en el periódico por su participación en el Gobierno de Azaña; sin embargo, el diario gráfico Ahora se mostraba receptivo a la política del Gobierno aunque con carácter más conservador. La prensa se radicalizó en este escenario ya que la República no cumplía las expectativas ni de derechistas ni de izquierdistas. Las ideologías como el fascismo o el comunismo comenzaban a crecer entre la población. Crisol dejó de publicarse en diciembre de 1931.
Fue precisamente en el diario que más cerca tenía su fin donde Ortega publica “Un aldabonazo” en septiembre de 193, donde expresaba que el régimen había dejado de ser de los intelectuales para pasar a las manos radicales. Poco después, este periodista y político decidió apartarse tanto de la prensa como del Gobierno con un sentimiento de fracaso personal por la escasa repercusión que tenían sus opiniones en la vida pública y política.
Con la extinción de Crisol aparece el diario Luz, también de Urgoiti. Para subsanar los problemas heredados de su antecesor, la editorial adoptó una línea editorial que respaldaba y apoyaba al Gobierno de Azaña. El Sol, La Voz y Luz crearon el denominado trust azañista. Urgoiti y sus problemas económicos hicieron traspasar sus acciones a Luis Miquel y a Martín Luis Guzmán. La unión del trust se formó en el momento perfecto para reforzar a los republicanos ante el fallido golpe de estado derechista. Los problemas económicos hicieron que los propietarios liquidaran sus participaciones en personajes de derechas y ultraderechistas.
Ante la pésima gestión de la comunicación en el régimen, Luis Araquistáin (socialista) presentó a principios de 1933 un plan para mejorar la imagen pública del mismo. Se basaba en la política propagandística de la Alemania nazi. Azaña se mostró a favor de su estudio e implantación pero finalmente no se llevó a cabo por la frágil situación que atravesaba la República en mayo de 1933.
En el clima de frustración por las esperanzas puestas en la República no cumplidas, la prensa se hizo eco de graves incidentes como la quema de conventos, los sucesos de Casas Viejas (enero de 1933), sublevaciones de Barcelona y Sevilla, etc. Según la orientación de cada periódico, se mostraba la incapacidad para mantener el orden y se deslegitimaba al régimen.
Finalmente, las elecciones de noviembre de 1933 dan la victoria a la coalición entre la CEDA y el partido Radical y ponen fin al gobierno de Azaña, marcado por su incapacidad de crear una estrategia comunicativa y una guerra constante con los medios.
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